La
noticia histórica más antigua de Lérida, junto con las
primeras referencias de los pueblos primitivos de España, la
encontramos en la «Ora Marítima. Fontes Hispaniae Antiquae»,
de Rufo Avieno.
Su nombre primitivo fue la voz ibérica «Iltirta», que los
romanos transformaron en Ilerda, por ser Lérida el núcleo de
población principal de la famosa tribu de los ilergetes.
Importancia debida a que era un nudo de comunicaciones y un
centro fluvial de primer orden.
Su historia es en este período primitivo, muy obscura; se
sabe estaba habitada por los ilergetes, que al igual que los
demás pueblos íberos, vivían independientes unos de otros y
sólo respondían a las órdenes de un caudillo, el cual,
ayudado de un consejo de guerreros notables, se erigía en
jefe de la tribu con la máxima autoridad; de esta manera,
surgen Indíbil y Mandonio o caudillos de los ilergetes y los
ilercavones, respectivamente.
Cuando Aníbal invade la Península en su lucha contra Roma,
trata astutamente de atraer a su bando a estos dos
caudillos, lográndolo y haciendo de ellos unos fieles
aliados; hasta que, cansados de las continuas exigencias que
en hombres y tributos les hacía Cartago, pactan con Roma. No
fue esta unión, ni mucho menos, lo leal que había sido con
los cartagineses; los romanos, al igual que sus enemigos,
constantemente exigen nuevos tributos y hombres, dando
origen a numerosas sublevaciones que no tendrán fin hasta
alrededor del año 205 antes de Cristo, con el levantamiento
y derrota de los habitantes de la Iberia Citerior, muriendo
en la lucha Indíbil. Las condiciones de rendición de los
restantes caudillos fueron muy duras, Mandonio junto con los
demás jefes, fueron ajusticiados, quedando así
definitivamente unida a Roma, excepto en el período de
Sertorio.
A partir de este momento, «Iltirta» se transforma en el
municipio de Ilerda, gozando de todos los privilegios que
les concedía el derecho latino. Es ya una ciudad
completamente diferente de la primitiva, perdiendo su gran
belicosidad y convirtiéndose en un municipio próspero bajo
la dependencia del convento jurídico de Cesaraugusta dentro
de la provincia tarraconense.
Lérida adquirió fama en las guerras civiles de los romanos,
entre Pompeyo y César, cuando Afranio y Petreyo la
escogieron para hacer la guerra a César, el cual los derrotó
aquí en un alarde extraordinario de estrategia militar,
rindiéndose el ejército de Afranio el 2 de agosto del año 49
antes de Cristo.
Cuando empezaron las primeras incursiones de los pueblos
germánicos por la Tarraconense, Lérida seguiría las mismas
vicisitudes de los demás pueblos, sin que Roma pudiera hacer
nada para evitarlo. Tras numerosas luchas y épocas de paz,
quedará incorporada al imperio visigótico en el reinado de
Eurico, viviendo casi dos siglos de dominación goda con
relativa tranquilidad. Las noticias que tenemos de esta
época son muy escasas, nada de monumentos artísticos,
organización municipal, etc., etc., sólo la certeza que fue
sede episcopal, la lista incompleta de sus prelados y las
actas de un Concilio Principal celebrado el 8 de agosto del
año 546, presidido por el Metropolitano de Tarragona.
La diócesis de Lérida en la época visigótica no era más que
la permanencia jurídica y territorial de la antigua Ilerda
frente a los invasores, hecho éste que se repetirá durante
la dominación musulmana, favorecida por la constante
rebeldía de los reyes moros frente al Califato.
La conquista de Lérida por éstos, puede situarse hacia el
714. A partir de este momento, como muchas veces a través de
su historia se convierte en un baluarte contra las
incursiones de los cristianos por la parte de Aragón y los
francos por la «Marca Hispánica», siendo la más importante
la de Ludovico Pio en el año 800, envuelta en una serie de
leyendas, entre las que figura la entrega de las cuatro
flores de lis para su escudo.
Dejando a un lado las leyendas, lo que sí es cierto es que,
como en otras épocas, fue un centro importantísimo en todos
los aspectos, importancia que irá decayendo conforme el
poder musulmán se debilita. Después de las victoriosas
empresas de Alfonso el Batallador, las del Conde de
Barcelona y las del Conde de Urgel, Lérida queda reducida a
su propio término o sea la ciudad con algunos pueblos, como
por ejemplo, Sidamunt, Almenar, Termens, Juneda, Miralcamp,
etc., siendo una cuña musulmana en medio de reinos
cristianos, cayendo rápidamente en poder de éstos, cuando
por la unión del conde de Barcelona Ramón Berenguer IV y
Armengol VI de Urgel, junto con otros caballeros cristanos,
la ocuparon el 24 de octubre de 1149.
Una vez posesionados firmemente, otorgan la «Carta Puebla»
para la repoblación rápida del territorio recién
conquistado, pudiendo ser considerada esta «Carta» como la
piedra angular en que se apoyaría la Ciudad que debía
resurgir de la reconquista y. constituye el primero y más
importante documento sobre el que se cimentó la próspera
ciudad medieval, cuya organización llegaría hasta el siglo
XVIII.
En ella los condes de Barcelona y Urgel, dan y conceden a
los pobladores y habitantes presentes y futuros toda la
Ciudad con todos sus términos y pertenencias, que sean
«libres, francos e inmunes» con todos sus bienes y
posesiones, sin otra reserva que la natural fidelidad a sus
señores y la administración de justicia, para la cual da
normas que garantizan la seguridad personal y colectiva.
Ramón Berenguer IV la distinguió sobre otros territorios
conquistados tomando de ella el título de Marqués y además
aquí contrae matrimonio con doña Petronila, hija del rey de
Aragón, Ramiro el Monje. A partir de ahora los monarcas van
concediendo prerrogativas: así Alfonso II, ya con el título
de Rey de Aragón y Cataluña, da nuevas franquicias sobre el
libre tránsito por las calles, plazas, puente, etc. (fórmula
ésta muy usada en la Edad Media por el régimen feudal).
PedroII crea el Consulado; origen de la Pahería como
institución municipal (el nombre de paher, estos cónsules no
lo tomarán hasta el reinado de Jaime I), que durará hasta el
siglo XVIII, con la subida al trono de Felipe V.
Con los sucesores de Pedro Il aumenta la riqueza y
prosperidad de nuestra Ciudad.
Durante el reinado de Jaime I era una población rica e
influyente que intervino de manera notable en los actos
importantes de su reinado: conquista de Mallorca, Ibiza y
Valencia, ayudados también en esta prosperidad y libertad
por la decadencia del feudalismo y aumento del poder real.
Jaime II funda el Estudio General en el año 1300, único
durante muchos años en la Corona de Aragón. Pero cuando
alcanza mayor esplendor político es en el reinado de Pedro
IV el Ceremonioso, ya que, al haber tenido una larga época
de paz (aproximadamente dos siglos), logra formar un sólido
bloque en todos los aspectos; un grupo intelectual fuerte,
una burguesía rica que regía la Ciudad, una clase mercantil
próspera y una menestralía trabajadora ayudada por un
monarca dadivoso de privilegios por las circunstancias que
atravesó su reinado. Concede Ordinaciones a la Universidad
sobre el monopolio de la enseñanza de las leyes, de cánones,
de medicina, etc. (1346). Establece nuevas normas para la
elección de paheres, consejeros, etcétera. (1386),
reglamentando todo el régimen de gobierno de la Pahería.
Hasta el reinado de Alfonso V el Magnánimo, Lérida continúa
su marcha progresiva, aunque no con el ritmo de la anterior
centuria, ya que había atravesado un período algo movido
como consecuencia de las aspiraciones del conde de Urgel al
trono de Aragón y Cataluña, vacante a la muerte sin sucesión
de Martín el Humano, que resolvió el Compromiso de Caspe.
Las banderías por un lado, junto con las epidemias que a
partir de la terrible peste de 1348 aparecen demasiado a
menudo, repercuten, como es natural, en el desarrollo
político y económico de la ciudad y aumentaron con las
turbulencias habidas en el reinado de Juan II con el
conflicto del príncipe de Viana, y que tuvieron unas
consecuencias fatales para nuestra Ciudad, ya que, al
oponerse a dicho monarca, fue sitiada Lérida en 1464,
rindiéndose el 6 de julio al dejarla abandonada a su suerte
el resto de Cataluña, por los problemas que las demás
provincias tenían, quedando completamente arruinada y
destruida.
JuanII, tal y como había prometido en las Capitulaciones,
jura respetar los privilegios; pero se negó a devolver a los
ciudadanos los bienes confiscados, exigiendo muchos tributos
para continuar la lucha en el resto del Principado y
recuperar el Rosellón. Todas estas peticiones y disputas
están plasmadas en algunos libros de actas de la Pahería de
la época; digo algunos porque a partir de este momento, en
las diferentes luchas y sitios
que ha sostenido la Ciudad, han desaparecido dichos libros,
seguramente para evitar represalias.
A pesar de la destrucción de la Ciudad, logra rehacerse y
continuar su vida bastante próspera hasta el reinado de los
Reyes Católicos que marcarán una nueva etapa en la vida de
Lérida.
Al subir al trono Fernando el Católico le devuelve los
bienes y tierras que le habían sido confiscadas por su padre
Juan II, volviendo bajo el señorío de la misma las villas de
Borjas Blancas y Bell-lloch.
Este rey, emprende en Lérida las mismas reformas que en
otras ciudades, de acuerdo con la gran evolución que
experimenta nuestro país, al igual que otras naciones de
Europa, en estos años; entre ellas, la reforma, en el año
1499, del sistema electivo de la Pahería, que databa de la
época de Pedro IV, introduciendo en ella el sistema de la
insaculación para la elección de sus componentes, la reforma
asimismo de los gremios, etc.
Por todas estas cosas, así como por haber acabado con el
bandolerismo existente, consecuencia de las guerras habidas,
pudo entrar de lleno nuestra Ciudad en la época del
Renacimiento, con el florecimiento de la imprenta, y la
aparición en la arquitectura del estilo gótico-florido y
plateresco, reflejados en los monumentos de la época.
Pero a pesar de todas estas reformas y del progreso en todos
los ambientes, entre otras causas por la importancia que van
adquiriendo los gremios (el poder reciente de los ciudadanos
honrados), la marcha de la Ciudad va experimentando un
cambio sutil. Ya los reyes no permanecen en ella como en los
siglos XIII y XIV; la Universidad o Estudio General no es
único en la Corona de Aragón; pues éstas han proliferado
bastante; en fin, Lérida se ve afectada con el gran cambio
que experimenta nuestra nación después de la unión de
Castilla y Aragón, al abrirse nuevos horizontes y perder la
hegemonía que el segundo tenía en el Mediterráneo,
convirtiéndose en una ciudad más, de las muchas que tenía
España, pero defendiendo celosamente fueros y privilegios, y
dando a la Nación varones ilustres en diversas facetas.
Con los Austrias, hasta Felipe IV, seguirá una vida
tranquila, salvo pequeñas rivalidades entre unas y otras
familias por la supremacía en el mando y gobierno de la
Ciudad.
Carlos I y Felipe II, entre otros, visitan varias veces la
Ciudad, siendo recibidos con gran pompa y boato, como se
refleja en el libro de Ceremonial existente en el Archivo de
la Pahería.
Es la época del gran obispo Jaime Conchillos; de Miguel
Despuig, que vuelve a dar, con sus reformas, un gran empuje
al Estudio General; de Antonio Agustín, gran humanista de
esta época.
Se produce en fin, un gran cambio en las Instituciones en la
vida de la Ciudad.
Siguiendo con los acontecimientos importantes hay que
señalar uno que sobresale, lo mismo aquí que en otros
territorios de la Nación, por las consecuencias
catastróficas que produjo en la vida del campo; fue éste la
expulsión de los moriscos en 1610, durante el reinado de
Felipe III, pues las tierras quedaron abandonadas y sin
gente para cultivarlas, por ser ellos los que se dedicaban
hacerla, ya que a causa de las numerosas guerras en
que se vio envuelta nuestra Nación estaba casi despoblada.
Con el reinado de Felipe IV, empieza la lucha que durará
hasta la época de Felipe V, por la defensa de los
privilegios, amenazados primero por las tendencias
absolutistas del conde-duque de Olivares y más tarde por las
de los Borbones, haciendo Lérida causa común con Barcelona
en el llamado "Corpus de sang» el 7 de julio de 1640,
proclamando rey a Luis XIII de Francia. Manda éste un
ejército a Lérida para guardar la plaza, la fortifi-
ca, pero las fuerzas de Felipe IV, que habían acudido a
sitiar la Ciudad, derrotan a las tropas francesas mandadas
por Argenzón, rindiéndose la plaza. Esta rendición se llevó
a cabo por varias razones, entre ellas por la gran presión
ejercida en el interior por el partido real, unido esto a la
poca simpatía que gozaban los franceses y a la solemne
promesa de Felipe IV de respetar los fueros y privilegios,
promesa que cumplió, entrando el rey en la Ciudad bajo
palio, el 7 de agosto.
Pero los franceses no se conformaron con esta derrota
sufrida en una ciudad importantísima por su situación
geográfica, clave de muchos caminos, empezando de nuevo la
lucha el 9 de enero de 1646, dando lugar al famoso sitio
llamado de Santa Cecilia. La plaza estaba mandada por el
general don Gregorio Brito y los atacantes por Felipe de
Lorena, conde de Harcourt; siendo este sitio uno de los más
largos y duros que ha tenido que soportar Lérida, pues el
hambre y las privaciones llegarán a extremos
extraordinarios: los niños y enfermos morían por las calles,
incluso el «paher en cap», don Juan Bautista Rufes, murió a
consecuencia de las privaciones; pero sin que la ciudad se
rindiera. El 22 de noviembre de 1646, festividad de Santa
Cecilia, el ejército del rey, mandado por el marqués de
Leganés llegó en socorro de Lérida.
La Pahería en recuerdo de este sitio hizo voto de celebrar
todos los años solemnemente la fiesta, nombrándola co-patrona
de la Ciudad, habiéndose cumplido siempre este voto salvo en
alguna ocasión.
Las pérdidas sufridas por la Ciudad en todos estos sitios
fueron extraordinarias, quedando materialmente destruida. De
los 1.500 edificios que contaba, sólo quedaron en pie unos
cien, desapareciendo también la parroquia de San Martín; y
del barrio de la Azuda sólo quedaron siete casas (según
datos sacados del Compendio de Historia de Lérida, de don
José Lladonosa Pujol).
Carlos II el Hechizado, al morir sin sucesión el 29 de
octubre de 1700, deja el trono a Felipe de Anjou, nieto de
Luis XIV de Francia, con el nombre de Felipe V, quien fue al
principio aceptado por los leridanos, pues incluso en su
visita a Lérida, a finales de diciembre, es recibido con
gran júbilo, haciéndose en su honor innumerables festejos,
jurando mantener y respetar sus privilegios; pero pronto se
ve que en la práctica es algo remiso a cumplirlo.
El resto de Cataluña se alzó a favor del archiduque Carlos
de Austria, cuyos ejércitos hicieron acto de presencia en
nuestros campos. La natural antipatía con que aquí se veía a
los franceses y el aumento cada vez mayor de partidarios del
archiduque, hicieron que la Ciudad se rindiese y que los
paheres le jurasen fidelidad.
Las fuerzas de Felipe V, mandadas por el duque de Orleans,
al frente de 50.000 hombres, iniciaron el sitio de la
Ciudad. El asedio duró dos meses. El 9 de octubre penetran
por la puerta del baluarte del Carmen pero no conquistaron
los castillos hasta el doce de noviembre.
Saquearon la ciudad, la destrozaron y causaron infinidad de
muertos entre la población civil, dejando a aquélla
totalmente arrasada.
Felipe V prohibe el culto en la Seo antigua, convirtiéndola
en cuartel; traslada la Universidad a Cervera y suprime los
privilegios, acabando así con la vida autónoma de la Pahería
que había durado cinco siglos.
El Consejo General fue sustituido por la Junta de Regidores
o Ayuntamiento de Su Majestad, y la antigua Veguería se
llamó Corregimiento de Lérida.
Unos años más tarde, la población que ya se había adaptado
al nuevo sistema, al amparo de la paz de los reinados de
Fernando VI y Carlos III, etc.
Contribuyó a este resurgimiento un hombre extraordinario que
estuvo al frente del gobierno de la ciudad durante ocho
años. Don Luis Blondel, que se hizo cargo de la plaza el 1
de abril de 1786.
Se le puede considerar, sin lugar a dudas, como el artífice
de la Lérida moderna; a él se debe, entre otras varias
obras, la construcción del Depósito del Pla, que dio el agua
potable, tuberías, cloacas (entre ellas las de la calle
Mayor), fuentes monumentales (la de la Catedral), sirenas,
enseñanza, etc. Hizo empendrar las principales calles. Pero
su obra más importante fue la construcción del muro de
contención del río, que evitó las nundacio- nes que sufrían
las casas colindantes a él y que ocasionaba grandes pérdidas
en los almacenes.
La población aumenta, de 7.000 habitantes que tenía al
advenimiento de Felipe V, a 20.000 al comienzo del siglo XIX;
que después de la guerra de la Independencia volvería a
reducirse a 12,000. Por todo lo dicho el siglo XVIII se
puede considerar un siglo próspero, lo mismo en lo económico
que en lo cultural y artístico.
Siguiendo el sino de nuestra Ciudad, esta época tan próspera
se vería de nuevo truncada por la invasión Napoleónica,
volviendo nuestra Lérida él verse inmersa en un nuevo
conflicto bélico, que -como tantas otras veces- tendrá
consecuencias catastróficas, pues a la destrucción material
hay que añadir la espiritual, porque ni siquiera se salvaron
las ideas fundamentales que parecían inamovibles: Religión,
Patria y la Monarquía, hacien-
do su aparición el Liberalismo.
Lérida cae en poder de los franceses el 14 de mayo de 1810,
abriéndose un período de tiempo terrible de muertes y
asesinatos y humillaciones unido, como siempre, a la
destrucción de la Ciudad y la desolación de los campos que
quedaron arrasados.
El 14 de febrero de 1814, Lérida se ve libre de la
dominación francesa.
La Ciudad de ahora en adelante correrá la misma suerte que
el resto de la Nación, o sea constantes revoluciones y
contra revoluciones que caracterizan al siglo XIX en nuestra
Patria.
Guerras Carlistas; subida al trono de Amadeo de Saboya, su
abdicación, proclamación de la primera República en el año
1873, la vuelta de los Borbones con Alfonso XII como Monarca
el 6 de enero de 1875, la proclamación de la segunda
República al dejar el trono Alfonso XIII hijo del Monarca
anterior.
En 1936 Lérida vuelve a ser escenario de guerra civil, con
todas las consecuencias de ella, teniendo que añadir esta
vez la agravante de haberse estabilizado el frente durante
un largo período, partiendo la Ciudad en dos partes,
quedando de nuevo destruida. Es probable que no haya otra
capital en España que haya sufrido tantos y tan
catastróficos sitios que la han dejado sin apenas muestras
artísticas de su importancia cultural ya que
incluso los pocos monumentos que nos han quedado llevan la
huella de la destrucción.
Todo este período de intranquilidad política y social
repercute de una manera extraordinaria en el desarrollo de
la vida ciudadana que no podrá llevarse a cabo con el ritmo
e intensidad que lo había hecho en otros períodos de paz
hasta esta última década que de nuevo se incorpora al
crecimiento nacional con toda su pujanza.
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