Historia de Lleida
(Història de Lleida)

Lérida y sus tierras

 
  
 

Volver a Contenido

  
 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Volver a Contenido

  

 

 

Información, textos y gráficos extraídos de nuestra "GUÍA Comercial Turística de Lérida y Provincia, 1973"

 

  
"Sin pretender abordar siquiera la historia de nuestra Provincia -que ha sido sintetizada por dos magníficos especialistas: el Cronista Oficial de la Ciudad de Lérida, don José Lladonosa y la Archivera Municipal, doña Concepción Pérez-, vamos a tratar a grandes rasgos de ofrecer una visión global de las características que ofrece Lérida y sus tan dilatados como diversos territorios provinciales"... (Ernesto Corbella Albiñana, 1973)
  

Tablas cronológicas de la
Historia de Lérida

Por José Tarragó Pleyán

Resumen de la Historia de Lérida
Por D.ª Concepción Pérez de Puertas

Indibil y Mandonio
Su simbolismo

  

Reconstrucción ideal del acceso a la Seo Ilerdense medieval
(Pintura de D. ENRIQUE GARSABALL ESPINEL)

  

Lérida y sus tierras

Por el cronista oficial de Lérida
D. José Lladonosa Pujol
Resumen de su obra
HISTORIA DE LA DIPUTACIÓN PROVINCIAL DE LÉRIDA,
de próxima aparición

  
Lérida es cabeza de un extenso territorio que sobrepasa los 12.000 kilómetros cuadrados, con dos zonas bien definidas y separadas por la cordillera del Montsech; zona montañosa y poco poblada la del norte, llana y densa de habitantes la del sur; tierras que constituyen, en sentido lato, la cuenca del Segre y sus afluentes.

Pierre Vilar reconoce la profunda originalidad y la personalidad propia de la terra ferma, según expresión muy conocida de Ramón Muntaner, una originalidad humana, caracterizada por peculiaridades Iingüísticas, costumbres y formas de vida diferenciadas, dentro la historia del Principado de Cataluña, que no han medido con exactitud los historiadores.

Si Egipto es un don del Nilo, Lérida lo es del río Segre, este caudal que nace en la Cerdaña francesa, que se abre paso con ímpetu y fuerza a través de congostos, del alto Pirineo al llano, abriéndose en medio de valles feraces, después de absorber las aguas de sus afluentes Valira, Llobregós, Noguera Pallaresa, Noguera Ribagorzana y finalmente el Cinca, a poco de desembocar en el río Ebro.

Si queremos comprender la función geopolítica de este territorio, constituido en provincia desde el siglo pasado, hay que retroceder a la antigüedad. Los arqueólogos modernos aprecian al norte, sobre todo en el Pallars y Valle de Arán, una población de tipo vascuence, y del Montsec abajo, hasta el Ebro, la Ilergecía, o país de los ilergetes que tenía por capital Lérída, la Ilerda romana, la Iltirta ibérica.

Pero si hemos de atender a las descripciones de los autores clásicos, griegos y latinos, el territorio quedaba incluido entre la gens ibérica, con la nación ilergeta como su principal ocupante. Los otros pueblos eran: los lacetanos (Segarra), los ceretanos (Cerdaña), los airenosios (Valle de Arán), los vascos o vascones (Pallars), los andosinos (Andorra y Alto Urgel). Pero no podemos dejar en olvido las infiltraciones de surdaones, ilirios, celtas y otros núcleos de cultura hallstática, cuya exacta identificación va abriendo nuevos cauces a la investigación gracias a los modernos métodos y los yacimientos cada día más numerosos en toda la provincia, y de sumo interés para los estudiosos en los campos de la Arqueología y la Etnología.

Lérida y sus tierras fueron visitadas desde la más remota antigüedad por guerreros, mercaderes y conquistadores. Aníbal fue, sin duda, el primer caudillo que recorrió la provincia de parte a parte, después de haber sometido a los ilergetes. Sobre este particular y las relaciones ilerdenses con Empurias, el primer centro comercial de entonces, tenemos el testimonio de Polibio y Tito Lívio. Después serán los romanos que dominarán este territorio, que será muy conocido por Sertorio, Fabio, Julio César y los generales de Pompeyo el Grande.

Roma, que creó la idea de provincia, organizó un país que no conocía otro sistema político que el tribal; la burocracia sustituyó al clan, y el municipio a la gens ibérica. La administración romana basada en una economía de explotación de la riqueza del suelo, fijó los fundamentos de una nueva sociedad. Y la Ilergecia se sintió vinculada al Imperio y a la cultura latina.

Estrabón, geógrafo griego de los primeros años de nuestra Era, describió concretamente las tierras de Lérida: «Esta región, comenzando desde la raíz de los Pirineos, se viene prolongando en grandes llanuras hasta tocar con los lugares y términos de Ilerda», Este autor, no hace más que referirse, en el párrafo final, a las tierras que comprendían el extenso municipio de Lérida creado en tiempos de Augusto, el cual iba del Montsec al Ebro y de las sierras de Llena, Prades y Llorach, en la Segarra, hasta el río Cinca, o sea, el Leridense, nombre con que se llamaba todavía en el siglo XI, el antiguo Conventum llerdedense, que cuando vino la ocupación musulmana será incorporado a la Marca o Frontera Superior, cuya capital era Zaragoza.

Desconocemos la categoría política y urbana de otras poblaciones leridanas dentro de las denominaciones romana y visigótica. Pero no cabe duda que eran importantes. Ager, Orgia (Seo de Urgel), Isona, Guissona, Agramunt, Balaguer, etc., como cabeza de grandes latifundios, pagus, villas, etc., que explotaban ricas familias de origen romano, veteranos de las legiones del Imperio, o simplemente funcionarios. Es un buen testimonio la gran cantidad de lápidas, mosaicos, restos de construcciones, estelas, y otros vestigios, cuyo estudio exhaustivo todavía está para hacer.

En los últimos años del Imperio, y con mayor seguridad durante la dominación visigótica, el ámbito provincial de hoy, estaba prácticamente dividido en las dos grandes diócesis tradicionales. Ilerda y Urgel. Sus obispos asisten a los concilios nacionales y provinciales, y en todo este largo período, no hay otras ciudades en el país leridano.

En el Llibre Verd de la Catedral de Lérida, hay un documento muy curioso que dice ser del año 380 de los godos, anno gotorum, el cual no mencionan en sus obras autores que estudiaron dicho códice de la Catedral, de la categoría de Villanueva, Lacanal, Sainz de Baranda, y en nuestros días Ayneto y el profesor Antonio Ubieto. Tal vez lo tuvieron por apócrifo, una falsificación más de la ópoca aquella (siglo XII) en que los obispos de Lérida y Huesca se disputaban la supremacía sobre Barbastro. Pero para nosotros, al margen de su poca o nula autenticidad, nos interesa, porque el documento expresa el tesón con que los prelados ilerdenses se afanaban entonces para conocer los límites de su diócesis, que fueron borrados por la dominación musulmana.

Así pues, según los ANTIQUI TERMINI EPISCOPATUS ILERDENSIS, año 380 de los godos, que correspondería al año 790 del cómputo actual, aquéllos fueron los límites del antedicho territorio, que en la Edad Media dará cobijo a distintos señoríos de vida más o menos prolongada: cuatro siglos de ocupación sarracena, con dinastías de origen autóctono, familias de renegados como las Banu-Qasi y los Amrús-Sabrit; los Tudjubies, de procedencia bereber; los Banu-Hud, árabes de sangre más o menos pura, que durante un siglo constituirán un reino de taifas que llegará a reinar en Tortosa y Denia; y con la invasión de los Almoravides, se llegará a las grandes conquistas de los reyes de Aragón, y la unión con Cataluña, durante la soberanía de Ramón Berenguer IV, conde de Barcelona. Y Lérida será conquistada el año 1149.

Mientras tanto, en el norte y en la «misma raíz de los Pirineos», haciendo nuestra la clásica frase de Estrabón, habían nacido los condados de Pallars y de Urgel, ambos de origen carolingio. Los condados de Pallar y Urgel, como el de Barcelona, tenderán hacia Lérida desde los comienzos. Su progresión será lenta al principio. La descomposición del Califato de Córdoba facilitará la reconquista. Pero los cristianos no atravesarán el Montsec hasta mediados del siglo XI, que es cuando aparece la figura señera de los conquistadores leridanos, el famoso Arnau Mir de Tost, que ambicionó, aunque sin lograrlo, la expugnación de Lérida.

Los cronistas árabes, llamaban a las tierras dominadas por los condes pirinaicos el Afranc o tierras de francos, nombre que extendían a los restantes países cristianos de la Panínsula. Y para el geógrafo musulmán Muhammad-al-Idrisí, la actual comarca del Segriá, junto con las Garrigas era el Azeitún, o país de los olivos, y los llanos de Urgel era llamados el Maskikan, que los mozárabes y cristianos repobladores designaban con el nombre de Mascansá.
Libres las tierras de Lérida del domino sarraceno, persistieron los antiguos señoríos. La capital, que al principio, pese a la Carta de Población otorgada por Ramón Berenguer IV, estuvo bajo el dominio feudal de los condes de Urgel, se convertirá en ciudad real, después de los pactos entre Jaime I y la condesa Aurembiaix (1229). Y después de un siglo de fluctuar entre Cataluña y Aragón, Lérida, definitivamente quedó incorporada al principado catalán.

Según los fogatges de 1359-1370, censos promulgados inicialmente en las Cortes de Cervera, por orden de Pedro el Ceremonioso, en Lérida y sus comarcas, había además de los condados de Pallars y de Urgel, las siguientes señorías feudales.

El viscondado de Castellbó, dominado durante siglos -con Andorra y la Vall-Farrera-, por los condes de Foix, protectores y fomentadores de la heregía albigense desde 1190 a 1250, y en lucha constante con los reyes de la Corona de Aragón, y casi siempre enemistados con el Consulado y la Pahería de Lérida.

El viscondado de Ager, fundado por el caballero antes citado Arnau Mir de Tost cuyos herederos, los Cabrera, acabaron poseyendo el condado de Urgel, no sin promover problemas también a los condes reyes, Alfonso el Casto, Pedro el Católico y Jaime el Conquistador.

El condado de Camarasa, que a finales del siglo XIV fue adquirido por la Pahería de Lérida, y acabará siendo una posesión de los duques de Medinaceli.

Los condados de Prades y Cardona, señores de Arbeca, Anglesola, Bellpuig y otros feudos, barones íntegradores de tierras y castillos a ultranza, tampoco demasiado bien relacionados con Lérida, por causas económicas y de competencia, que darán almirantes, capitanes y virreyes a la Corona hasta su vinculación con la casa de Medinaceli.

La baronía de AbeIla de la Conca, muy unida familiarmente con la casa de Ager y posteriormente con Tirvía, Farrera y CasteIlbó.

La baronía de Anglesola, señora de Bellpuig, fundada por el conde Ramón Berenguer I, para facilitar la repoblación del Mascansá e incorporada posteriormente a la casa de Cardona.

La baronía de Montcada formada por tierras del bajo Segre y con las villas de Aitona, Serós, y Mequinenza, fue fundada por Jaime I, de acuerdo con el testamento de su padre Pedro el Católico, para dotar a su hija bastarda Constancia, que casó con el senescal Guillem-Ramón de Montcada. Fernando II el Católico, elevó esta baronía a la categoría de Condado, y Felipe II a Marquesado, señorío, que como otros de origen leridano, acabará en poder de la casa de Medinaceli.

Señorío de EriIl la Vall, vinculado al condado de Pallars. Sus caballeros se distinguieron en campañas tan celebradas como la expedición a Córdoba el año 1010, en plena decadencia del Califato; expedíción que costó la vida al joven conde Ermengol I de Urgel. Este linaje dio un obispo a Lérida, Berenguer de Erill (1205-1235), que constribuyó en gran manera a la repoblación de la ciudad y a la construcción de la Seo antigua iniciada por su antecesor Gombau de Camporrells.

También dentro de la Provincia poseían jurisdicción civil y criminal, con mero y mixto impero, algunos poderes eclesiásticos, como los obispos de Lérida, Urgel, Barcelona, Vich, Tarragona y Tortosa; las colegiatas de Solsona (obispado desde el siglo XVI), Ager, Gerri de la Sal, Lavaíx, Escarpe, Mur; las órdenes del Císter, Templarios, Hospitalarios, Benedictinos, Premostratenses, y finalmente la prelacía de Cominges (Francia), sobre las parroquias del Valle de Arán, que se prolongará hasta el año 1804.

En medio de esta complejidad feudal había la jurisdicción directa del Rey, por medio de Vegueres o Regentes de Corte, que se extendía al brazo real o villas y ciudades reales entre las que figuraban Lérida, Cervera, Trernp, Tárrega, por citar las más importantes. Estas poblaciones eran cabeza de Veguería, salvo Tremp, que por pertenecer al Pallars Jussá y ser incorporado a la Corona por Alfonso el Casto, quedó adherido a la Veguería
de Lérida.

Cuando en 1413 fue destruido el condado de Urgel, sus principales poblaciones, Balaguer, Agramunt y Puigcerdá, serían igualmente cabezas de Veguería. Asimismo, el Valle de Arán, rotos sus vínculos con Foix y Cominges, los reyes de la Corona de Aragón lo constituyeron en distrito aparte, con sus fueros y leyes propias, regidas por el Consejo del Valle.

Las Veguerías, representaban, pues, la autoridad real en frente del poder feudal. Su ejecución dependía de la Curia regia y la Justicia de estos Magistrados, Rregents de Cort, con sus subvegueres o lloctinents se ejercía en la Real Audiencia que radicaba en Barcelona, por lo que al Principado de Cataluña se refería.

Pero a medida que el poder absoluto de los reyes se consolida, y decae inevitablemente la hegemonía política de los señores feudales, el Veguer o Regente de Corte adquiere una mayor potestad y jurisdicción sobre el territorio encomendado.

Por lo que se refiere concretamente a Lérida y su territorio, el sistema de vegueres y subvegueres. que pudo ser eficaz en la época medieval, a finales del siglo xv resultaba bastante incoherente. Fernando el Católico, quiso poner remedio con la reforma del municipio y los organismos regionales hacia el año 1499, imponiendo la insaculación pura. Así estaban las cosas cuando empezó a reinar la casa de Austria, heredera de los Reyes Católicos.

La articulación del absolutismo y la tendencia de los municipios a gobernarse por oliarquías, puso en evidencia los fallos del sistema. Faltaba un escalonamiento jerárquico, que como contraste existía, pongámoslo como ejemplo, en el régimen de la Pahería de Lérida.

El fallo se aprecia examinando las relaciones entre dichos oficiales reales y los batlles o bailes, una especie de alcaldes de nombramiento real, y que no intervenían directamente en los Consejos generales de los municipios. Y esto ocurría igual cuando había cuestión o pleito con los batlles urbanos o con los de localidades rurales. A menudo éstos promovían apelaciones a la Audiencia de Cataluña, saltando sobre la autoridad del Veguer.

Además, examinando un mapa de la actual provincia, queda bien pronto de manifiesto la desproporción geográfica de la división político-administrativa de aquella época. Las veguerías de Lérida y Pallars -ahora con el Pallars Subirá, desde que fue abolido por Fernando II a causa de la rebelión de su último conde- reunidas en una misma mano, formaban un conjunto territorial que iba desde los Pirineos al río Ebro. Lérida, era a partir del siglo XVI la capital formal de una zona que prácticamente comprendía toda la cuenca del Segre y sus afluentes, o sea, poco menos que la provincia de nuestros días.

La hegemonía de la ciudad era pues evidente. Mientras que Balaguer, Agramunt y Tárrega eran veguerías excesivamente reducidas, no ocurría lo propio con Cervera, que iba más allá de su actual partido judicial pues, su territorio comprendía la Segarra en toda su extensión, incluso la zona que, en la actualidad, pertenece a la provincia de Barcelona.

Las veguerías duraron en Cataluña tanto como el régimen foral. Fueron abolidas por Felipe V en virtud del Decreto de Nueva Planta promulgado en el año 1716. También quedaron sin efecto los organismos de las restantes regiones de la antigua Corona de Aragón. Con el cambio de dinastía, se imponía un régimen absoluto a la francesa. Igualmente desaparecerán los virreinatos.

A los virreyes de Cataluña sucedieron los Capitanes generales, que eran la inmediata y ejecutiva voz del Rey dentro del Principado, tanto en los negocios políticos y militares como en la función administrativa que encomendada a los Intendentes, cargo que veremos subsistir todavía en los primeros años del reinado de Isabel lI, hasta que se creó el Ministerio de Hacienda, organizado por Pascual Madoz.

Los vegueres y subvegueres fueron substituidos por los Corregidores y alcaldes mayores, oficios propios del reino de Castilla, y cuyo establecimiento se hizo con miras a una mayor unidad administrativa y judicial en la marcha de la Nación, agobiada por guerras seculares y faltada de una dirección normativa. Los ministros de Felipe V, quisieron para España un regi-men político parecido al de Francia. La paz subsiguiente y la capacidad de los hombres que informaron el reinado de Carlos III harán posible el ansiado progreso.

El Decreto de Nueva Planta, dividió el Principado en doce corregimientos. Dentro de nuestra Provincia existían los de Lérida, Cervera y Talarn, con buena parte del de Puigcerdá. El Valle de Arán no fue integrado ni al de Talarn, ni el de Lérida, ni al de Puigcerdá. Felipe V respetó su antigua organización, persistiendo el Consejo del Valle hasta constituir las modernas provincias, desde cuyo momento incorporado a la de Lérida, constituiría el actual partido juidicial de Viella.

En cada cabeza de Corregimiento había un Corregidor de nombramiento real revocable. Cada corregidor estaba asistido por lo común de dos tenientes letrados, los llamados Alcaldes mayores. También las antiguas cabezas de Veguería que no fueron elevadas a la categoría de Corregimiento, como Balaguer, Tárrega y Agramunt, estaban regidas por un Alcalde mayor.

El Corregidor, como el antiguo Veguer, reunía en su persona las funciones política y judicial, por más que éstas fueran atribuyéndose, poco a poco, a los Alcaldes mayores, uno para la justicia civil y otro para la criminal. En las plazas fuertes, como Lérida, Talarn y Puigcerdá, se confundía con el de gobernador civil y militar. Así pues, los generales marqués de Dubus (1718), conde Cron (1730), José de Sentmenat (1752), el barón de Mayals (1763), Luis de Blondel (1789) y Carlos D'Aunois (1828) eran al mismo tiempo gobernadores y corregidores de la plaza de Lérida y su territorio.

Pero, entonces, Lérida sólo tenía jurisdicción en su propio Corregimiento. Los restantes corregidores, radicados en Talarn, Cervera y Puigcerdá, así como los Alcaldes mayores de las poblaciones citadas, no dependían de la ciudad del Segre, sino del Capitán General de Cataluña y de la Real Audiencia de Barcelona. Lérida había disminuido en categoría política y administrativa, con respecto a la Edada Media y bajo la Casa de Austria. Ya no era Cap de la terra ferma, sino cabeza de una zona algo superior a su actual partido judicial.

Vino la Revolución Francesa y la guerra de la Independencia. Mientras el rey intruso José I, fiel a los planes de su hermano Napoleón Bonaparte, proyectaba una división de España en departamentos a la francesa, los patriotas resistentes reunidos en Cádiz el año 1812, hacían un ensayo de división del país en provincias, con ánimo de ensanchar el plan ideado años antes por el conde de Floridablanca, con intentos de aplicarlo en 1804.

El autor del proyecto bonapartista fue el afrancesado Llorente, y se publicó en la Gaceta de Madrid el 4 de mayo de 1810. La Nación sería partida en 38 departamentos, divididos en prefecturas y subprefecturas, cuyos nombres se tomarían de los ríos y accidentes geográficos de acuerdo con la Constitución de Bayona, impuesta por Napoleón el 6 de julio de 1808.

Lérida sería capital de uno de estos departamentos, y tendría por límites los Pirineos, el Ebro y los ríos Cinca y Segre. Esta estructuración del país fue recomendada por el mariscal Augereau al Emperador de los franceses. Las otras capitales de Cataluña, dividida así, serían: Barcelona, Gerona, Seo de Urgel y Reus. Pero esta división no se llevaría a cabo.

Tendría más suerte otra, cuando Lérida ya había sido ocupada por el ejército napoleónico. Fue decretada por Napoleón el 26 de enero de 1812, después de haber incorporado Cataluña a su Imperio y fuera de obediencia de José I. Estos departamentos fueron, Ter, Segre, Montserrat y Bocas del Ebro, con sus capitales respectivas en Gerona, Puígcerdá, Barcelona y Lérida. El Valle de Arán había sido excluido del Principado y agregado en el departamento francés del Alto Garona. En compensación había incorporado Andorra dentro de Cataluña.

El departamento de las Bocas del Ebro iba desde la sierra del Montsech hasta el Ebro y comprendía el sur de la actual provincia y la de Tarragona, además de la zona aragonesa, entre Fraga, Mequinenza, y los ríos Nonaspe y Fabara. Constaba de los distritos de Lérida (la capital) Tarragona, Tortosa y Cervera. Da la sensación, que sin quererlo, los napoleónicos habían restaurado el antiguo valiato sarraceno del tiempo de los Banu-Hud.

Napoleón, para representar su autoridad en el departamento designó a M. Jean Paul Alban de Villeneuve, quien redactó una interesante Memoria estadística sobre el estado militar, económico y humano del país puesto bajo su gobierno, que estudió y dio a conocer el profesor Juan Mercader. Esta división duró hasta la liberación de Lérida en 1814, gracias al valor y pericia del barón de Eroles.

Mientras tanto, en las Cortes de Cádiz de 1812, se dividía España en 49 provincias, lo cual no se pudo llevar a la práctica después de expulsado el invasor, ya que Fernando VII, el 2 de mayo de 1814, dos meses después de terminada la guerra, con la fuerza que le dio el pronunciamiento del general Elío, restableció el absolutismo. Con aquel acto de fuerza hubo varias reacciones liberales, siempre fracasadas hasta que a primeros de enero de 1820, tuvo lugar la conocida sublevación del comandante Riego movimiento que, una vez triunfante, hizo que sus dirigentes obligaran al Rey a jurar la Constitución de 1812.

Durante el trienio constitucionalista, se aplicó la proyectada división provincial, en la cual se había prescindido de Lérida como capital. Entonces la Ciudad, en un memorial del 25 de abril de 1821, exponía al gobierno de Madrid la injusticia cometida al privar de su capitalidad una ciudad de tanto valor histórico y estratégico, con una población superior a los 24.000 habitantes.

La gestión surtió sus efectos. La Superioridad ordenó el establecimiento en Lérida de una Administración general de Correos, para que la correspondencia pública circulara más rápidamente por Cataluña; y se concedió a Lérida su antigua capitalidad. En mayo de 1822 se creó la primera Diputación provincial, nombrando secretario al conocido literato Carlos Buenaventura Aríbau, un liberal exaltado, cuyas proclamas encendidas quedan reflejadas en el Semi-Semanario Ilerdense, portavoz del constitucionalismo en Lérida. Mientras tanto en Seo de Urgel se había formado una Regencia absolutista, con el fin de devolver a Fernando VII sus prerrogativas soberanas.

El jefe del partido anti-liberal era el conocido barón de Eroles, que tuvo que huir a Francia después de las victoriosas acciones del no menos conocido guerrillero Espoz y Mina, entonces capitán general de Cataluña. Eroles volvió a ocupar Lérida, ayudado por los Cien Mil Hijos de San Luis, que acabaron implantando de nuevo el absolutismo. Las provincias y diputaciones fueron de nuevo suprimidas, y Cataluña volvió al estado administrativo a base de corregimientos como en tiempo de Carlos III.

La muerte de Fernando VII, ocurrida el 29 de septiembre de 1833, supuso la regencia de su joven viuda, doña María Cristina, que apoyada por los liberales, hizo que fueran de nuevo restablecidas las provincias y diputaciodes. La provincia de Lérida fue erigida el 30 de noviembre del mismo año, mientras que la Diputación no quedará restaurada hasta el 30 de abril de 1836, en plena guerra carlista, cuyo peso habrá de corresponder de lleno a nuestra corporación provincial.

Quedaron constituidos también los partidos judiciales de Lérida, Cervera, Balaguer, Tremp (que sustituyó definitivamente a Talarn, antigua capital de un corregimiento), Solsona, Sort y Viella. No será hasta primeros de este siglo, que se creará el partido judicial de Borjas Blancas, gracias a las gestiones del diputado a Cortes, marqués de Olivart, a costas del partido de Lérida.

Durante la gestión de la segunda Diputación liberal, pese a los incalculables sacrificios que comportó la guerra carlista, siempre latente hasta los años de la Restauración Alfonsina (1875), Lérida progresó, aunque no con la aceleración que se hubiera deseado; se creó el Instituto de Segunda Enseñanza (1841), y la Escuela Normal (1842), instituciones docentes -que en algo compensaron el traslado de la Universidad de Cervera a Barcelona, en los mismos años; se construyeron las carreteras de Tarragona, Seo de Urgel-Puigcerdá, la línea hasta el puerto de la Bonaigua y la de Solsona; en 1852 se iniciaban las obras del Canal de Urgel y el 1860, llegaba el ferrocarril, para cuya inauguración acudieron desde Barcelona los reyes Isabel II y su consorte don Francisco de Borbón.

La evolución demográfica de la provincia durante los últimos cien años, por las antedichas causas y su propia configuración geográfica (salvo la capital y algunas poblaciones de tradición comercial) ha sido prácticamente estacionaria. Su densidad en un siglo, tan solamente ha oscilado entre los 26 y 28 habitantes por kilómetro cuadrado. La campaña minera iniciada a partir de la llegada del ferrocarril -que tantas promesas e ilusiones despertó a los dirigentes políticos de la era romántica-, por la escasez de comunicaciones y la dificultad de transporte, después de algunos años de explotación (particularmente el hierro de Vall-Farrera), hace años fue definitivamente abandonada. Igual podemos decir del desenvolvimiento industrial, salvo las hilaturas que aprovechan el agua del canal de Piñana, y las fábricas de Mig-Segre y la Ribera de Sió, con su centro que es Agramunt.

Balaguer y Tárrega han mantenido su potencia comercial, y Cervera su interés turístico. Un planteamiento de aprovechamiento de la capacidad agrícola, comercial e industrial y sus posibilidades, pueden ser esperanzadoras para él futuro. Para que Lérída-capital siga su brillante proyección histórica y mantenga su crecimiento a todos los niveles, no basta que de 40.000 habitantes que tenía en 1938 alcance casi los 100.000 actualmente. Su valoración para el porvenir depende de la promoción de su ancho territorio de 12.173 kilómetros cuadrados. Sólo con esta coordinación total de valores y riqueza, el progreso leridano se basará sobre fundamentos seguros y eficientes.

La estadística nos habla más que todos los discursos y las frases grandilocuentes. Veamos, pues, la evolución demográfica de la provincia, basándonos en la población de hecho, desde 1857, época de la construcción del Canal de Urgel, y de la política de carreteras y ferrocarriles de la Diputación en su época de diputados moderados, hasta el último censo verificado en 1970, todo lo cual nos da una idea clara de la realidad, al margen de espejismos y falsos optimismos. Sin que ello suponga tampoco un pesimismo contraproducente.

Partimos de 1857, porque, como es sabido, fue en este año en el que se realizó en España el primer censo de población con carácter moderno. Ello, precisamente, invita a un replanteamiento necesario de posibilidades reales que puedan ayudar a orientar al lector de esta nueva Guía de la Provincia.

 


 

 

  
 
 
  

Contenido (Home)

LleidaOcio es un Portal con Información gratuita sobre profesionales, entidades, establecimientos y actividades relacionadas con el ocio y el tiempo libre: Restaurantes, hoteles, bares, centros de belleza, gimnasios, campings, jardinería, animales de compañía, contactos particulares y profesionales, etc.
Este Portal no se limita a las actividades de Lleida capital, se extiende a poblaciones de los alrededores (Alpicat, Almacelles, etc.)
 

 

© Copyright - Lleid@cio 2006 - 2015