Lérida es
cabeza de un extenso territorio que sobrepasa los 12.000
kilómetros cuadrados, con dos zonas bien definidas y
separadas por la cordillera del Montsech; zona montañosa y
poco poblada la del norte, llana y densa de habitantes la
del sur; tierras que constituyen, en sentido lato, la cuenca
del Segre y sus afluentes.
Pierre Vilar reconoce la profunda originalidad y la
personalidad propia de la terra ferma, según expresión muy
conocida de Ramón Muntaner, una originalidad humana,
caracterizada por peculiaridades Iingüísticas, costumbres y
formas de vida diferenciadas, dentro la historia del
Principado de Cataluña, que no han medido con exactitud los
historiadores.
Si Egipto es un don del Nilo, Lérida lo es del río Segre,
este caudal que nace en la Cerdaña francesa, que se abre
paso con ímpetu y fuerza a través de congostos, del alto
Pirineo al llano, abriéndose en medio de valles feraces,
después de absorber las aguas de sus afluentes Valira,
Llobregós, Noguera Pallaresa, Noguera Ribagorzana y
finalmente el Cinca, a poco de desembocar en el río Ebro.
Si queremos comprender la función geopolítica de este
territorio, constituido en provincia desde el siglo pasado,
hay que retroceder a la antigüedad. Los arqueólogos modernos
aprecian al norte, sobre todo en el Pallars y Valle de Arán,
una población de tipo vascuence, y del Montsec abajo, hasta
el Ebro, la Ilergecía, o país de los ilergetes que tenía por
capital Lérída, la Ilerda romana, la Iltirta ibérica.
Pero si hemos de atender a las descripciones de los autores
clásicos, griegos y latinos, el territorio quedaba incluido
entre la gens ibérica, con la nación ilergeta como su
principal ocupante. Los otros pueblos eran: los lacetanos
(Segarra), los ceretanos (Cerdaña), los airenosios (Valle de
Arán), los vascos o vascones (Pallars), los andosinos
(Andorra y Alto Urgel). Pero no podemos dejar en olvido las
infiltraciones de surdaones, ilirios, celtas y otros núcleos
de cultura hallstática, cuya exacta identificación va
abriendo nuevos cauces a la investigación gracias a los
modernos métodos y los yacimientos cada día más numerosos en
toda la provincia, y de sumo interés para los estudiosos en
los campos de la Arqueología y la Etnología.
Lérida y sus tierras fueron visitadas desde la más remota
antigüedad por guerreros, mercaderes y conquistadores.
Aníbal fue, sin duda, el primer caudillo que recorrió la
provincia de parte a parte, después de haber sometido a los
ilergetes. Sobre este particular y las relaciones ilerdenses
con Empurias, el primer centro comercial de entonces,
tenemos el testimonio de Polibio y Tito Lívio. Después serán
los romanos que dominarán este territorio, que será muy
conocido por Sertorio, Fabio, Julio César y los generales de
Pompeyo el Grande.
Roma, que creó la idea de provincia, organizó un país que no
conocía otro sistema político que el tribal; la burocracia
sustituyó al clan, y el municipio a la gens ibérica.
La administración romana basada en una economía de
explotación de la riqueza del suelo, fijó los fundamentos de
una nueva sociedad. Y la Ilergecia se sintió vinculada al
Imperio y a la cultura latina.
Estrabón, geógrafo griego de los primeros años de nuestra
Era, describió concretamente las tierras de Lérida: «Esta
región, comenzando desde la raíz de los Pirineos, se viene
prolongando en grandes llanuras hasta tocar con los lugares
y términos de Ilerda», Este autor, no hace más que
referirse, en el párrafo final, a las tierras que
comprendían el extenso municipio de Lérida creado en tiempos
de Augusto, el cual iba del Montsec al Ebro y de las sierras
de Llena, Prades y Llorach, en la Segarra, hasta el río
Cinca, o sea, el Leridense, nombre con que se llamaba
todavía en el siglo XI, el antiguo Conventum llerdedense,
que cuando vino la ocupación musulmana será incorporado a la
Marca o Frontera Superior, cuya capital era Zaragoza.
Desconocemos la categoría política y urbana de otras
poblaciones leridanas dentro de las denominaciones romana y
visigótica. Pero no cabe duda que eran importantes. Ager,
Orgia (Seo de Urgel), Isona, Guissona, Agramunt, Balaguer,
etc., como cabeza de grandes latifundios, pagus,
villas, etc., que explotaban ricas familias de origen
romano, veteranos de las legiones del Imperio, o simplemente
funcionarios. Es un buen testimonio la gran cantidad de
lápidas, mosaicos, restos de construcciones, estelas, y
otros vestigios, cuyo estudio exhaustivo todavía está para
hacer.
En los últimos años del Imperio, y con mayor seguridad
durante la dominación visigótica, el ámbito provincial de
hoy, estaba prácticamente dividido en las dos grandes
diócesis tradicionales. Ilerda y Urgel. Sus obispos
asisten a los concilios nacionales y provinciales, y en todo
este largo período, no hay otras ciudades en el país
leridano.
En el Llibre Verd de la Catedral de Lérida, hay un
documento muy curioso que dice ser del año 380 de los godos,
anno gotorum, el cual no mencionan en sus obras
autores que estudiaron dicho códice de la Catedral, de la
categoría de Villanueva, Lacanal, Sainz de Baranda, y en
nuestros días Ayneto y el profesor Antonio Ubieto. Tal vez
lo tuvieron por apócrifo, una falsificación más de la ópoca
aquella (siglo XII) en que los obispos de Lérida y Huesca se
disputaban la supremacía sobre Barbastro. Pero para
nosotros, al margen de su poca o nula autenticidad, nos
interesa, porque el documento expresa el tesón con que los
prelados ilerdenses se afanaban entonces para conocer los
límites de su diócesis, que fueron borrados por la
dominación musulmana.
Así pues, según los ANTIQUI TERMINI EPISCOPATUS ILERDENSIS,
año 380 de los godos, que correspondería al año 790 del
cómputo actual, aquéllos fueron los límites del antedicho
territorio, que en la Edad Media dará cobijo a distintos
señoríos de vida más o menos prolongada: cuatro siglos de
ocupación sarracena, con dinastías de origen autóctono,
familias de renegados como las Banu-Qasi y los Amrús-Sabrit;
los Tudjubies, de procedencia bereber; los Banu-Hud, árabes
de sangre más o menos pura, que durante un siglo
constituirán un reino de taifas que llegará a reinar en
Tortosa y Denia; y con la invasión de los Almoravides, se
llegará a las grandes conquistas de los reyes de Aragón, y
la unión con Cataluña, durante la soberanía de Ramón
Berenguer IV, conde de Barcelona. Y Lérida será conquistada
el año 1149.
Mientras tanto, en el norte y en la «misma raíz de los
Pirineos», haciendo nuestra la clásica frase de Estrabón,
habían nacido los condados de Pallars y de Urgel, ambos de
origen carolingio. Los condados de Pallar y Urgel, como el
de Barcelona, tenderán hacia Lérida desde los comienzos. Su
progresión será lenta al principio. La descomposición del
Califato de Córdoba facilitará la reconquista. Pero los
cristianos no atravesarán el Montsec hasta mediados del
siglo XI, que es cuando aparece la figura señera de los
conquistadores leridanos, el famoso Arnau Mir de Tost, que
ambicionó, aunque sin lograrlo, la expugnación de Lérida.
Los cronistas árabes, llamaban a las tierras dominadas por
los condes pirinaicos el Afranc o tierras de francos,
nombre que extendían a los restantes países cristianos de la
Panínsula. Y para el geógrafo musulmán Muhammad-al-Idrisí,
la actual comarca del Segriá, junto con las Garrigas era el
Azeitún, o país de los olivos, y los llanos de Urgel
era llamados el Maskikan, que los mozárabes y cristianos
repobladores designaban con el nombre de Mascansá.
Libres las tierras de Lérida del domino sarraceno,
persistieron los antiguos señoríos. La capital, que al
principio, pese a la Carta de Población otorgada por Ramón
Berenguer IV, estuvo bajo el dominio feudal de los condes de
Urgel, se convertirá en ciudad real, después de los pactos
entre Jaime I y la condesa Aurembiaix (1229). Y después de
un siglo de fluctuar entre Cataluña y Aragón, Lérida,
definitivamente quedó incorporada al principado catalán.
Según los fogatges
de 1359-1370, censos promulgados inicialmente en las Cortes
de Cervera, por orden de Pedro el Ceremonioso, en Lérida y
sus comarcas, había además de los condados de Pallars y de
Urgel, las siguientes señorías feudales.
El viscondado de Castellbó, dominado durante siglos -con
Andorra y la Vall-Farrera-, por los condes de Foix,
protectores y fomentadores de la heregía albigense desde
1190 a 1250, y en lucha constante con los reyes de la Corona
de Aragón, y casi siempre enemistados con el Consulado y la
Pahería de Lérida.
El viscondado de Ager, fundado por el caballero antes citado
Arnau Mir de Tost cuyos herederos, los Cabrera, acabaron
poseyendo el condado de Urgel, no sin promover problemas
también a los condes reyes, Alfonso el Casto, Pedro el
Católico y Jaime el Conquistador.
El condado de Camarasa, que a finales del siglo XIV fue
adquirido por la Pahería de Lérida, y acabará siendo una
posesión de los duques de Medinaceli.
Los condados de Prades y Cardona, señores de Arbeca,
Anglesola, Bellpuig y otros feudos, barones íntegradores de
tierras y castillos a ultranza, tampoco demasiado bien
relacionados con Lérida, por causas económicas y de
competencia, que darán almirantes, capitanes y virreyes a la
Corona hasta su vinculación con la casa de Medinaceli.
La baronía de AbeIla de la Conca, muy unida familiarmente
con la casa de Ager y posteriormente con Tirvía, Farrera y
CasteIlbó.
La baronía de Anglesola, señora de Bellpuig, fundada por el
conde Ramón Berenguer I, para facilitar la repoblación del
Mascansá e incorporada posteriormente a la casa de Cardona.
La baronía de Montcada formada por tierras del bajo Segre y
con las villas de Aitona, Serós, y Mequinenza, fue fundada
por Jaime I, de acuerdo con el testamento de su padre Pedro
el Católico, para dotar a su hija bastarda Constancia, que
casó con el senescal Guillem-Ramón de Montcada. Fernando II
el Católico, elevó esta baronía a la categoría de Condado, y
Felipe II a Marquesado, señorío, que como otros de origen
leridano, acabará en poder de la casa de Medinaceli.
Señorío de EriIl la Vall,
vinculado al condado de Pallars. Sus caballeros se
distinguieron en campañas tan celebradas como la expedición
a Córdoba el año 1010, en plena decadencia del Califato;
expedíción que costó la vida al joven conde Ermengol I de
Urgel. Este linaje dio un obispo a Lérida, Berenguer de
Erill (1205-1235), que constribuyó en gran manera a la
repoblación de la ciudad y a la construcción de la Seo
antigua iniciada por su antecesor Gombau de Camporrells.
También dentro de la Provincia poseían jurisdicción civil y
criminal, con mero y mixto impero, algunos poderes
eclesiásticos, como los obispos de Lérida, Urgel, Barcelona,
Vich, Tarragona y Tortosa; las colegiatas de Solsona
(obispado desde el siglo XVI), Ager, Gerri de la Sal, Lavaíx,
Escarpe, Mur; las órdenes del Císter, Templarios,
Hospitalarios, Benedictinos, Premostratenses, y finalmente
la prelacía de Cominges (Francia), sobre las parroquias del
Valle de Arán, que se prolongará hasta el año 1804.
En medio de esta complejidad feudal había la jurisdicción
directa del Rey, por medio de Vegueres o Regentes de Corte,
que se extendía al brazo real o villas y ciudades reales
entre las que figuraban Lérida, Cervera, Trernp, Tárrega,
por citar las más importantes. Estas poblaciones eran cabeza
de Veguería, salvo Tremp, que por pertenecer al Pallars
Jussá y ser incorporado a la Corona por Alfonso el Casto,
quedó adherido a la Veguería
de Lérida.
Cuando en 1413 fue
destruido el condado de Urgel, sus principales poblaciones,
Balaguer, Agramunt y Puigcerdá, serían igualmente cabezas de
Veguería. Asimismo, el Valle de Arán, rotos sus vínculos con
Foix y Cominges, los reyes de la Corona de Aragón lo
constituyeron en distrito aparte, con sus fueros y leyes
propias, regidas por el Consejo del Valle.
Las Veguerías, representaban, pues, la autoridad real en
frente del poder feudal. Su ejecución dependía de la Curia
regia y la Justicia de estos Magistrados, Rregents de Cort,
con sus subvegueres o lloctinents se ejercía en la Real
Audiencia que radicaba en Barcelona, por lo que al
Principado de Cataluña se refería.
Pero a medida que el poder absoluto de los reyes se
consolida, y decae inevitablemente la hegemonía política de
los señores feudales, el Veguer o Regente de Corte adquiere
una mayor potestad y jurisdicción sobre el territorio
encomendado.
Por lo que se refiere concretamente a Lérida y su
territorio, el sistema de vegueres y subvegueres. que pudo
ser eficaz en la época medieval, a finales del siglo xv
resultaba bastante incoherente. Fernando el Católico, quiso
poner remedio con la reforma del municipio y los organismos
regionales hacia el año 1499, imponiendo la insaculación
pura. Así estaban las cosas cuando empezó a reinar la casa
de Austria, heredera de los Reyes Católicos.
La articulación del absolutismo y la tendencia de los
municipios a gobernarse por oliarquías, puso en evidencia
los fallos del sistema. Faltaba un escalonamiento
jerárquico, que como contraste existía, pongámoslo como
ejemplo, en el régimen de la Pahería de Lérida.
El fallo se aprecia examinando las relaciones entre dichos
oficiales reales y los batlles o bailes, una
especie de alcaldes de nombramiento real, y que no
intervenían directamente en los Consejos generales de los
municipios. Y esto ocurría igual cuando había cuestión o
pleito con los batlles urbanos o con los de
localidades rurales. A menudo éstos promovían apelaciones a
la Audiencia de Cataluña, saltando sobre la autoridad del
Veguer.
Además, examinando un mapa
de la actual provincia, queda bien pronto de manifiesto la
desproporción geográfica de la división
político-administrativa de aquella época. Las veguerías de
Lérida y Pallars -ahora con el Pallars Subirá, desde que fue
abolido por Fernando II a causa de la rebelión de su último
conde- reunidas en una misma mano, formaban un conjunto
territorial que iba desde los Pirineos al río Ebro. Lérida,
era a partir del siglo XVI la capital formal de una zona que
prácticamente comprendía toda la cuenca del Segre y sus
afluentes, o sea, poco menos que la provincia de nuestros
días.
La hegemonía de la ciudad era pues evidente. Mientras que
Balaguer, Agramunt y Tárrega eran veguerías excesivamente
reducidas, no ocurría lo propio con Cervera, que iba más
allá de su actual partido judicial pues, su territorio
comprendía la Segarra en toda su extensión, incluso la zona
que, en la actualidad, pertenece a la provincia de
Barcelona.
Las veguerías duraron en Cataluña tanto como el régimen
foral. Fueron abolidas por Felipe V en virtud del Decreto de
Nueva Planta promulgado en el año 1716. También quedaron sin
efecto los organismos de las restantes regiones de la
antigua Corona de Aragón. Con el cambio de dinastía, se
imponía un régimen absoluto a la francesa. Igualmente
desaparecerán los virreinatos.
A los virreyes de Cataluña sucedieron los Capitanes
generales, que eran la inmediata y ejecutiva voz del Rey
dentro del Principado, tanto en los negocios políticos y
militares como en la función administrativa que encomendada
a los Intendentes, cargo que veremos subsistir todavía en
los primeros años del reinado de Isabel lI, hasta que se
creó el Ministerio de Hacienda, organizado por Pascual Madoz.
Los vegueres y subvegueres
fueron substituidos por los Corregidores y alcaldes mayores,
oficios propios del reino de Castilla, y cuyo
establecimiento se hizo con miras a una mayor unidad
administrativa y judicial en la marcha de la Nación,
agobiada por guerras seculares y faltada de una dirección
normativa. Los ministros de Felipe V, quisieron para España
un regi-men político parecido al de Francia. La paz
subsiguiente y la capacidad de los hombres que informaron el
reinado de Carlos III harán posible el ansiado progreso.
El Decreto de Nueva Planta, dividió el Principado en doce
corregimientos. Dentro de nuestra Provincia existían los de
Lérida, Cervera y Talarn, con buena parte del de Puigcerdá.
El Valle de Arán no fue integrado ni al de Talarn, ni el de
Lérida, ni al de Puigcerdá. Felipe V respetó su antigua
organización, persistiendo el Consejo del Valle hasta
constituir las modernas provincias, desde cuyo momento
incorporado a la de Lérida, constituiría el actual partido
juidicial de Viella.
En cada cabeza de Corregimiento había un Corregidor de
nombramiento real revocable. Cada corregidor estaba asistido
por lo común de dos tenientes letrados, los llamados
Alcaldes mayores. También las antiguas cabezas de Veguería
que no fueron elevadas a la categoría de Corregimiento, como
Balaguer, Tárrega y Agramunt, estaban regidas por un Alcalde
mayor.
El Corregidor, como el antiguo Veguer, reunía en su persona
las funciones política y judicial, por más que éstas fueran
atribuyéndose, poco a poco, a los Alcaldes mayores, uno para
la justicia civil y otro para la criminal. En las plazas
fuertes, como Lérida, Talarn y Puigcerdá, se confundía con
el de gobernador civil y militar. Así pues, los generales
marqués de Dubus (1718), conde Cron (1730), José de
Sentmenat (1752), el barón de Mayals (1763), Luis de Blondel
(1789) y Carlos D'Aunois (1828) eran al mismo tiempo
gobernadores y corregidores de la plaza de Lérida y su
territorio.
Pero, entonces, Lérida sólo tenía jurisdicción en su propio
Corregimiento. Los restantes corregidores, radicados en
Talarn, Cervera y Puigcerdá, así como los Alcaldes mayores
de las poblaciones citadas, no dependían de la ciudad del
Segre, sino del Capitán General de Cataluña y de la Real
Audiencia de Barcelona. Lérida había disminuido en categoría
política y administrativa, con respecto a la Edada Media y
bajo la Casa de Austria. Ya no era Cap de la terra ferma,
sino cabeza de una zona algo superior a su actual partido
judicial.
Vino la Revolución
Francesa y la guerra de la Independencia. Mientras el rey
intruso José I, fiel a los planes de su hermano Napoleón
Bonaparte, proyectaba una división de España en
departamentos a la francesa, los patriotas resistentes
reunidos en Cádiz el año 1812, hacían un ensayo de división
del país en provincias, con ánimo de ensanchar el plan
ideado años antes por el conde de Floridablanca, con
intentos de aplicarlo en 1804.
El autor del proyecto bonapartista fue el afrancesado
Llorente, y se publicó en la Gaceta de Madrid el 4 de
mayo de 1810. La Nación sería partida en 38 departamentos,
divididos en prefecturas y subprefecturas, cuyos nombres se
tomarían de los ríos y accidentes geográficos de acuerdo con
la Constitución de Bayona, impuesta por Napoleón el 6 de
julio de 1808.
Lérida sería capital de uno de estos departamentos, y
tendría por límites los Pirineos, el Ebro y los ríos Cinca y
Segre. Esta estructuración del país fue recomendada por el
mariscal Augereau al Emperador de los franceses. Las otras
capitales de Cataluña, dividida así, serían: Barcelona,
Gerona, Seo de Urgel y Reus. Pero esta división no se
llevaría a cabo.
Tendría más suerte otra, cuando Lérida ya había sido ocupada
por el ejército napoleónico. Fue decretada por Napoleón el
26 de enero de 1812, después de haber incorporado Cataluña a
su Imperio y fuera de obediencia de José I. Estos
departamentos fueron, Ter, Segre, Montserrat y Bocas del
Ebro, con sus capitales respectivas en Gerona, Puígcerdá,
Barcelona y Lérida. El Valle de Arán había sido excluido del
Principado y agregado en el departamento francés del Alto
Garona. En compensación había incorporado Andorra dentro de
Cataluña.
El departamento de las Bocas del Ebro iba desde la sierra
del Montsech hasta el Ebro y comprendía el sur de la actual
provincia y la de Tarragona, además de la zona aragonesa,
entre Fraga, Mequinenza, y los ríos Nonaspe y Fabara.
Constaba de los distritos de Lérida (la capital) Tarragona,
Tortosa y Cervera. Da la sensación, que sin quererlo, los
napoleónicos habían restaurado el antiguo valiato sarraceno
del tiempo de los Banu-Hud.
Napoleón, para representar su autoridad en el departamento
designó a M. Jean Paul Alban de Villeneuve, quien redactó
una interesante Memoria estadística sobre el estado militar,
económico y humano del país puesto bajo su gobierno, que
estudió y dio a conocer el profesor Juan Mercader. Esta
división duró hasta la liberación de Lérida en 1814, gracias
al valor y pericia del barón de Eroles.
Mientras tanto, en las Cortes de Cádiz de 1812, se dividía
España en 49 provincias, lo cual no se pudo llevar a la
práctica después de expulsado el invasor, ya que Fernando
VII, el 2 de mayo de 1814, dos meses después de terminada la
guerra, con la fuerza que le dio el pronunciamiento del
general Elío, restableció el absolutismo. Con aquel acto de
fuerza hubo varias reacciones liberales, siempre fracasadas
hasta que a primeros de enero de 1820, tuvo lugar la
conocida sublevación del comandante Riego movimiento que,
una vez triunfante, hizo que sus dirigentes obligaran al Rey
a jurar la Constitución de 1812.
Durante el trienio constitucionalista, se aplicó la
proyectada división provincial, en la cual se había
prescindido de Lérida como capital. Entonces la Ciudad, en
un memorial del 25 de abril de 1821, exponía al gobierno de
Madrid la injusticia cometida al privar de su capitalidad
una ciudad de tanto valor histórico y estratégico, con una
población superior a los 24.000 habitantes.
La gestión surtió sus efectos. La Superioridad ordenó el
establecimiento en Lérida de una Administración general de
Correos, para que la correspondencia pública circulara más
rápidamente por Cataluña; y se concedió a Lérida su antigua
capitalidad. En mayo de 1822 se creó la primera Diputación
provincial, nombrando secretario al conocido literato Carlos
Buenaventura Aríbau, un liberal exaltado, cuyas proclamas
encendidas quedan reflejadas en el Semi-Semanario Ilerdense,
portavoz del constitucionalismo en Lérida. Mientras tanto en
Seo de Urgel se había formado una Regencia absolutista, con
el fin de devolver a Fernando VII sus prerrogativas
soberanas.
El jefe del partido anti-liberal era el conocido barón de
Eroles, que tuvo que huir a Francia después de las
victoriosas acciones del no menos conocido guerrillero Espoz
y Mina, entonces capitán general de Cataluña. Eroles volvió
a ocupar Lérida, ayudado por los Cien Mil Hijos de San
Luis, que acabaron implantando de nuevo el absolutismo.
Las provincias y diputaciones fueron de nuevo suprimidas, y
Cataluña volvió al estado administrativo a base de
corregimientos como en tiempo de Carlos III.
La muerte de Fernando VII, ocurrida el 29 de septiembre de
1833, supuso la regencia de su joven viuda, doña María
Cristina, que apoyada por los liberales, hizo que fueran de
nuevo restablecidas las provincias y diputaciodes. La
provincia de Lérida fue erigida el 30 de noviembre del mismo
año, mientras que la Diputación no quedará restaurada hasta
el 30 de abril de 1836, en plena guerra carlista, cuyo peso
habrá de corresponder de lleno a nuestra corporación
provincial.
Quedaron constituidos también los partidos judiciales de
Lérida, Cervera, Balaguer, Tremp (que sustituyó
definitivamente a Talarn, antigua capital de un
corregimiento), Solsona, Sort y Viella. No será hasta
primeros de este siglo, que se creará el partido judicial de
Borjas Blancas, gracias a las gestiones del diputado a
Cortes, marqués de Olivart, a costas del partido de Lérida.
Durante la gestión de la segunda Diputación liberal, pese a
los incalculables sacrificios que comportó la guerra
carlista, siempre latente hasta los años de la Restauración
Alfonsina (1875), Lérida progresó, aunque no con la
aceleración que se hubiera deseado; se creó el Instituto de
Segunda Enseñanza (1841), y la Escuela Normal (1842),
instituciones docentes -que en algo compensaron el traslado
de la Universidad de Cervera a Barcelona, en los mismos
años; se construyeron las carreteras de Tarragona, Seo de
Urgel-Puigcerdá, la línea hasta el puerto de la Bonaigua y
la de Solsona; en 1852 se iniciaban las obras del Canal de
Urgel y el 1860, llegaba el ferrocarril, para cuya
inauguración acudieron desde Barcelona los reyes Isabel II y
su consorte don Francisco de Borbón.
La evolución demográfica de la provincia durante los últimos
cien años, por las antedichas causas y su propia
configuración geográfica (salvo la capital y algunas
poblaciones de tradición comercial) ha sido prácticamente
estacionaria. Su densidad en un siglo, tan solamente ha
oscilado entre los 26 y 28 habitantes por kilómetro
cuadrado. La campaña minera iniciada a partir de la llegada
del ferrocarril -que tantas promesas e ilusiones despertó a
los dirigentes políticos de la era romántica-, por la
escasez de comunicaciones y la dificultad de transporte,
después de algunos años de explotación (particularmente el
hierro de Vall-Farrera), hace años fue definitivamente
abandonada. Igual podemos decir del desenvolvimiento
industrial, salvo las hilaturas que aprovechan el agua del
canal de Piñana, y las fábricas de Mig-Segre y la Ribera de
Sió, con su centro que es Agramunt.
Balaguer y Tárrega han mantenido su potencia comercial, y
Cervera su interés turístico. Un planteamiento de
aprovechamiento de la capacidad agrícola, comercial e
industrial y sus posibilidades, pueden ser esperanzadoras
para él futuro. Para que Lérída-capital siga su brillante
proyección histórica y mantenga su crecimiento a todos los
niveles, no basta que de 40.000 habitantes que tenía en 1938
alcance casi los 100.000 actualmente. Su valoración para el
porvenir depende de la promoción de su ancho territorio de
12.173 kilómetros cuadrados. Sólo con esta coordinación
total de valores y riqueza, el progreso leridano se basará
sobre fundamentos seguros y eficientes.
La estadística nos habla más que todos los discursos y las
frases grandilocuentes. Veamos, pues, la evolución
demográfica de la provincia, basándonos en la población de
hecho, desde 1857, época de la construcción del Canal de
Urgel, y de la política de carreteras y ferrocarriles de la
Diputación en su época de diputados moderados, hasta el
último censo verificado en 1970, todo lo cual nos da una
idea clara de la realidad, al margen de espejismos y falsos
optimismos. Sin que ello suponga tampoco un pesimismo
contraproducente.
Partimos de 1857, porque, como es sabido, fue en este año en
el que se realizó en España el primer censo de población con
carácter moderno. Ello, precisamente, invita a un
replanteamiento necesario de posibilidades reales que puedan
ayudar a orientar al lector de esta nueva Guía de la
Provincia.
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